lunes, 3 de octubre de 2011

Un sitio en el corazón, por Juan Turmo


Hay lugares en el mundo que pueden ser odiosos para unos y maravillosos para otros, lugares que merece la pena recordar, lugares que guardan secretos, lugares que son magia en los ojos de ciertos individuos y lugares en los que nos sentimos seguros, capaces y felices.
Es un topicazo hablar de mi sitio favorito en el mundo pero es así. Todos sabemos que existe, todos tenemos uno aunque lo intentemos ocultar. Los seres humanos tendemos a buscar un refugio donde nuestra alma se sienta más libre que nunca, nuestro cuerpo esté relajado y nuestra mente sea feliz.
Hasta hace poco no me he dado cuenta de que yo ya he encontrado mi guarida. Con el inicio del nuevo curso lejos de mi casa, de mi familia, de mis amigos, de mi amor y de mis raíces, necesito encontrarme a mi mismo de nuevo y lo único que deseo cuando dudo es sentarme en el centro de las tablas, con los cálidos focos alumbrándome, el patio de butacas vacío y la gran concha proyectando mis pensamientos hasta el infinito.
Mi instituto, un lugar que nunca imaginé que llegaría a añorar y menos tras poco mas de 3 semanas fuera de Huesca. Más concretamente el salón de actos, ese pequeño teatro al que me escabullía cuando me perdía en la inmensidad del mundo, ese lugar que me mostró el camino a seguir y que me dio valor para continuar, ese lugar donde conocí a mis verdaderos amigos y a mi novia, ese lugar donde los lazos familiares se hicieron más fuertes todavía, ese lugar que me ha robado horas y horas de los últimos dos años, ese lugar que seguirá dentro de mi corazón para toda la eternidad.
Todavía recuerdo el calor del público en la última representación, las carcajadas y los aplausos, el chute de adrenalina y el difícil reto de aguantar la risa cuando tu personaje está muerto de miedo… Momentos que nunca se borrarán de mi memoria, momentos que han hecho que mi adolescencia tuviese sentido.
Las cuatro paredes que han vivido y me han acompañado durante mi camino a la madurez, las butacas que han sido testigos de la vida que se ha forjado sobre ese escenario, la concha que no solo lanza mi voz sino que me ha lanzado hacia el futuro.
Una última representación. Un último aplauso. Una última reverencia. Un sueño que puede ser el final de una etapa y el principio de otra. La imagen de esas viejas butacas llenas a rebosar de sonrisas y caras conocidas. El olor a humedad oculto entre los perfumes de las mujeres y el aroma a maquillaje de los bastidores. La magia del teatro en todo su esplendor. No hay nada que me gustaría más que esto antes de lanzarme a una nueva aventura.
Hay cosas que duele dejarlas atrás, pero hay otras por las que merece la pena seguir adelante y ¿quién sabe si en un futuro los focos se volverán a encender conmigo entre bambalinas? Solo el tiempo lo sabe, hasta entonces… ¡Show must go on!