sábado, 17 de diciembre de 2011

Otro punto de vista, por Ana Ordás

 
     Ha pasado un año, y ni si quiera me queda en el recuerdo que se cumple un año el 16, y no el 22, el 26 o el 14, ha pasado un año y tengo miedo de ir a su misa, de ver una reunión familiar en una iglesia donde abundan las sonrisas, la alegría del reencuentro y la obligación o el compromiso que corresponde dicho acto, de ser la única con ojos sonrosados y, por ello, etiquetada de sensible, tengo miedo de ir a ver tan solo una actuación protocolaria donde parece rutinaria la asistencia, al igual que en las misas para tía, con la diferencia de las condiciones y el tiempo, una murió "fuera de tiempo" y para la otra, sin embargo, "era preciso, estaba sufriendo, no conocía, era muy mayor y, no hubiera querido verse en esa situación", en una residencia día y noche con siete hijos a los que las circunstancias de la vida no les permiten tenerla en casa y, parece, tras mucho repetirlo, que es normal, que la sociedad se cimente en una estructura tal que nos lleve a asumirlo, como si realmente fuera así, que nuestra economía o nivel de vida nos impida hacerlo, como si necesariamente la vida fuera eso, como si el orden de nuestras preferencias viniera dado por la sociedad. Y no me cansaré de pensar y de gritar en mi cabeza que la vida no es así, que todo esto es una mentira que nos hacen creer y nosotros como humanos errantes que somos caemos una y otra vez en ella.
     Y yo, en tantos años aprendí mucho, aprendí a querer de una manera distinta, a querer ir a la residencia, aprendí a querer formar parte de ella, quise formar parte de una vida que para muchos ya no lo era, que carecía de importancia, que para muchos se reducía a la fuerza de la naturaleza que mantenía su cuerpo con vida, discrepo por completo, pues todos vivimos, de menos muchas veces, pero nunca de más, de mi yaya aprendí mucho, la paciencia de darle la cena en la boca, cuando aun sobraban dedos en mis manos para llenarlos con años, el amor que desprenden las personas mayores, la necesidad que tienen de nosotros y lo poco que les damos porque ya nunca volverán a ayudarnos, y, para ello, nos respaldamos en frases incoherentes, cuyo autor ya no vive más que en ellas: " no nos conoce", "para verla así la recuerdo como antes" o, "es muy mayor, ya no se entera".
     Y pese a las veces que mis ganas de verla y de estimularla con pequeñas cosas fueran, cuanto menos, atípicas, nadie se hace una idea de lo que me ayudo a mí, a su manera, pero me dio un punto de vida distinto, donde el amor es muy fácil darlo, donde un paso hacia delante, aunque este precedido de cincuenta hacia detrás, vale la pena vivirlo, porque no se si me conoció en algún momento, pero lo que tengo claro es que, nunca tuvo sensación de frialdad, distanciamiento o abandono, que mis besos eran sinceros y mis caricias reales, que hice lo que tenía que hacer, que siempre me quedarán las ganas de haberla conocido cuando no sufrió de demencia pero que ese pequeño mundo paralelo, donde lo pequeño era grande, y donde la infancia y la inocencia asomaban cada vez con más frecuencia en unos ojos marcados por el tiempo fue un periodo de enseñanzas que siempre me acompañaran como un valioso amuleto.
    Dejemos de creer tanto en lo que nos dicen que creamos y comencemos a busca nuestras propias verdades, porque cosas como estas son las que nos hacen más fuertes, más humanos, humildes y empáticos.
Gracias por esto yaya, por mostrarme esta cara de la vida, esta cara del amor, te quiero.



lunes, 12 de diciembre de 2011

Búsqueda, por Juan Turmo


La amistad. Ese sentimiento o idea que hace reinar a muchos, subyuga a otros y provoca tantos quebraderos de cabeza a mucha gente. Esa parte de la sociedad que nadie sabe hasta que punto existe o es una leyenda urbana que se lanzó para promover la verdad y las relaciones entre individuos. Según a quien se lo preguntes, la amistad tiene acepciones diferentes.
Cuando eres un niño pequeño todo el mundo es tu amigo excepto la maestra del colegio, los compañeritos de clase, los vecinos del 5º, la cajera del supermercado, los ancianitos que se sientan en el banco de enfrente de tu portal todas las mañanas llueva, nieve o truene y el perro que te encuentras una vez en el parque además de todos los niños de tu edad que pasan por tu vida.
Los niños son unos seres dulces e inocentes, que siempre están dispuestos a entablar una conversación amistosa con cualquiera, sea hombre, mujer, perro, joven o anciano. Pero allí se queda todo, en la inocencia de un saludo y una sonrisa.
Conforme vas creciendo el concepto de amigo cambia y ya no son los niños con los que juegas en el patio de recreo, sino los niños con los que te vas a jugar, das un paseo después de clase y haces el mico todo lo que puedes y más.
Te vas haciendo mayor y todos esos amigos que has ido teniendo van desapareciendo, se difuminan en un mar de obligaciones que os separan o de puñaladas que o bien te hacen o bien tu eres el infractor.
La edad enseña cosas que solo la experiencia puede dar como el hecho de saber reconocer quien merece tu amor, tu cariño, tu comprensión y tu tiempo. Aprendes a reconocer a los capullos a la legua, vas perdiendo contacto con los últimos que creías tus amigos más sinceros, aquellos a los que les contabas todo y les escuchabas cuando te necesitaban.
Tantos secretos bien guardados caerán en el olvido porque el contacto va desapareciendo. Primero es una semana que os separáis y a uno de los dos o a los dos se les olvida que han quedado para verse a la vuelta o no llama a saber que tal va todo, un mensaje por Internet, nada. Luego esa semana se convierte en un mes, después la distancia se va haciendo más grande y al final de todo solo hay uno, tal vez dos.
Una persona a la que quieres, una persona a la que necesitas porque llena un importante lugar en ti, sin el o ella te sientes incompleto, no consigues equilibrar esa balanza que por un lado te pide amor y por el otro sincera y pura amistad. Una persona que te de abrazos cuando tu amor te falte, que te escuche cuando lo necesites y que esté siempre allí. Una persona a la que tus hijos llamarán orgullosos “Tío”.
Esa es la verdadera naturaleza de la amistad, la verdadera búsqueda del ser humano y no es tarea fácil, pero el premio merece la pena.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Palabras, por Ana Ordás


Deseosas por salir se agolpan en la garganta, muriendo por ser escuchadas sin llegar a entender que su efímera gloria no dejará constancia, creen ser ellas las elegidas, las primeras con capacidad de explicarse, niegan pertenecer a una mentira, crearse desde la maldad, tener un sentido superfluo o ser la palabra escupida que tanto duele, negando su única forma de frenar a la muerte, el olvido, las palabras adecuadas son las que se pierden para siempre, las grandes olvidadas, se dicen desde el corazón y se escuchan sin reparar en ellas, y como si fuera común encontrarlas las guiamos al olvido.
Quizás es la ineficacia de las palabras lo que me lleva a buscarles sentido escribiéndolas, quizás es una forma de recordar a las que deben ser recordadas, de salvarlas del olvido obligándolas a permanecer en algún papel remoto y en la memoria de cada curioso que decida leerlo, o quizás de sepultar bajo tinta las que no sean dignas de formar parte del puzzle, las que rompan la poesía del texto o las que no dejen ver la magia, o quizás tan sólo sea una forma de jugar con ellas de forma privada, agruparlas desvelando inquietudes, o de llorar con ellas para luego leerlas en voz alta y comprobar como su argumento carece de sentido y como la magia que instantes antes me sedujo ha desaparecido.
En ese momento, tras compartir mis palabras con el silencio quebrándolo en una coreografía maldita, mis manos se ciernen sobre el papel reduciéndolo a lo que parece una infinidad de trozos repletos de palabras inconclusas, el folio envenenado en tinta testigo de mis ideas desaparece, porque lo realmente difícil no es escribir, sino escribir sintiendo lo que escribes y aceptando que ese torrente de palabras te pertenece, son tuyas y, sin embargo, confías tanto en ellas que les puedes permitir volar a formar parte del mundo, en esto reside la dificultad de escribir, en confiar y mostrar tu trabajo.