Cuatrocientos años.
La inmortalidad, eso fue lo que dos
individuos lograron hace todo ese tiempo. Uno soldado, el otro campesino, pero
ambos con sus ambiciones puestas en el mismo lugar: La Escena.
Las vidas de aquellos hombres fueron
corrientes. El uno batallando de aquí para allá mientras sacaba tiempo para
desarrollar lo que luego sería su legado. El otro actuando sobre los escenarios
londinenses hasta que empezó a construir su leyenda.
Triste es lo que de España decía el uno y
aun más triste que aquel estereotipo del siglo XVI siga estando en boga en los
tiempos que corren. Todavía más triste que su memoria se esté perdiendo en su
cuna aunque fuera de nuestras fronteras si se le venere como corresponde, como
aquel que sin quererlo inventó un nuevo género y revolucionó las letras. El
otro, en cambio, gozó de la protección de su reina y sus nobles, dio rienda
suelta a su arte y cambió el mundo con meras palabras y hoy en día su leyenda
es grandiosa, su memoria sigue a flor de piel y su voz sigue retumbando por
todos los rincones del planeta.
De hidalgo a “Príncipe de los Ingenios”
recorrió el uno el camino. “El Bardo” llamaban al otro, aunque sería su rival
quien le pondría la etiqueta de “Alma de su tiempo”. Venerados, ambos son
historia viva de nuestra cultura. Sus versos, sus palabras, sus sueños; todo
inscrito en los anales de la eternidad.
Con ustedes; Miguel de Cervantes y William
Shakespeare.