lunes, 5 de diciembre de 2011

Palabras, por Ana Ordás


Deseosas por salir se agolpan en la garganta, muriendo por ser escuchadas sin llegar a entender que su efímera gloria no dejará constancia, creen ser ellas las elegidas, las primeras con capacidad de explicarse, niegan pertenecer a una mentira, crearse desde la maldad, tener un sentido superfluo o ser la palabra escupida que tanto duele, negando su única forma de frenar a la muerte, el olvido, las palabras adecuadas son las que se pierden para siempre, las grandes olvidadas, se dicen desde el corazón y se escuchan sin reparar en ellas, y como si fuera común encontrarlas las guiamos al olvido.
Quizás es la ineficacia de las palabras lo que me lleva a buscarles sentido escribiéndolas, quizás es una forma de recordar a las que deben ser recordadas, de salvarlas del olvido obligándolas a permanecer en algún papel remoto y en la memoria de cada curioso que decida leerlo, o quizás de sepultar bajo tinta las que no sean dignas de formar parte del puzzle, las que rompan la poesía del texto o las que no dejen ver la magia, o quizás tan sólo sea una forma de jugar con ellas de forma privada, agruparlas desvelando inquietudes, o de llorar con ellas para luego leerlas en voz alta y comprobar como su argumento carece de sentido y como la magia que instantes antes me sedujo ha desaparecido.
En ese momento, tras compartir mis palabras con el silencio quebrándolo en una coreografía maldita, mis manos se ciernen sobre el papel reduciéndolo a lo que parece una infinidad de trozos repletos de palabras inconclusas, el folio envenenado en tinta testigo de mis ideas desaparece, porque lo realmente difícil no es escribir, sino escribir sintiendo lo que escribes y aceptando que ese torrente de palabras te pertenece, son tuyas y, sin embargo, confías tanto en ellas que les puedes permitir volar a formar parte del mundo, en esto reside la dificultad de escribir, en confiar y mostrar tu trabajo.

1 comentario:

  1. Qué tremendas son las palabras y cuánto poder tienen. Hacen que momentos maravillosos se conviertan en pesadillas duraderas sólo con pronunciarlas. Habría que poner de vez en cuando más en práctica el poder del silencio. :)

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